jueves, 6 de enero de 2011



La comprobación, a través de otros, de la propia madurez, no deja de producir un cierto pánico. Cuando uno es niño y adolescente, uno parecía empeñado en una carrera interminable para llegar a esa meta ansiada; ser adulto.

Y, finalmente, ese día llegó. Ahora eres grande.. y descubres que nadie te esta cuidándote las espaldas, porque, y si tienes la suerte de tenerlos, se acerca la época en que tienes que cuidarlos a ellos.
Muchas personas sienten miedo cuando se dan cuenta de su adultez. Miedo y una cierta decepción. Claro, entre nosotros, te puedo confesar que no es ese gigante todopoderoso que imaginaba a los cinco anos.

Tampoco la vida en el continuo ejercicio de libertad con que sonabas a los dieciséis. No es tan grande ni tan feliz como creíste antes, por bien que le vaya en su vida, porque es imposible cumplir con un ideal tan grandioso como irrealizable.

Entonces puede suceder que el niño que hay en ti se enfurruñe y proteste, Esta crisis de la adultez puede manifestarse en problemas o cambios de trabajo, separación matrimonial, infidelidad, etc.

Cada problemática tiene sus aspectos particulares. Pero el denominador común es un deseo angustioso por vivir la vida, que se asume al fin como finita, mezclado en muchos casos con el deseo de no renunciar a viejos sueños infantiles.

Sí, ya sabemos que los pagarés, que las cuotas, que la escuela de los chicos, que el Sarampión, nada de eso entraba en los cálculos previos. Ser grande implica muchas preocupaciones, obligaciones, responsabilidades.

El riesgo más amenazador, más terrible, es sentirse desencantado. Si un adulto se siente desencantado respecto de su posición en la vida, puede ocurrir que se resignó.

Es el clásico "y bueno, la vida es así". Toda resignación implica una sensación de muerte, de fracaso, y la posibilidad de un estallido tardío de falsa rebelión donde, a veces, se cree que la pareja es responsable del propio estancamiento y frustración, o se imagina un cambio absoluto de actividad para lograr la tan ansiada realización personal.

Por supuesto, pueden existir problemas reales de pareja e insatisfacciones reales en el trabajo.

Pero lo que no puedes olvidar es que son su pareja y su trabajo. Es decir, que él los eligió por algo, en un momento de su vida, y que el cambio interno es esencial. Para aclararlo con un ejemplo, digamos que de nada vale una separación si se va a tender a repetir los mismos problemas en una nueva relación.

En ultima, se trata de una alerta contra el viejo recurso de echarle la culpa al otro. Si no se resigna ni se rebela, ¿qué puede hacer?

Todavía quedan muchas cosas por hacer, desde plantearse cambios en la relación de pareja o en el vínculo con los amigos, hasta intentar mejoras o renovaciones en el propio trabajo.

Para poder asumir el cambio reflexivo y constante es necesario renunciar a la idea de que ya llegaste. Eso es una mentira, no se llega nunca, jamás se deja de crecer. Dejar de hacerlo es enfermarse.

Así como los niños que tienen problemas emocionales pueden hacerse pipí de noche, estudiar mal o ser agresivos, y los adolescentes con dificultad pueden meterse en líos o aislarse en su cuarto, usted, señor o señora grande, si no se siente bien emocional y mentalmente, puede fosilizarse.

El estancamiento, la pérdida de una capacidad real, gradual y sensata de cambio, es el mayor riesgo del adulto. Como vimos, puede ir de la mano con estallidos espasmódicos que alteran el ambiente, perturban a los niños y, lo que es más grave, en realidad no cambian nada.

No, no me he olvidado de nuestros padres ya viejitos. Lo que ocurre es que, para poder mantener con ellos una relación nueva, en la que se asuma de a poco la difícil inversión de papeles, es necesario ser grande de veras.

No se puede evitar cierta nostalgia por las épocas en que papi y mami eran más fuertes o nostalgia por la falta de alguno de ellos o ambos, en la que te sentías protegido. Pero si se exacerbara esa añoranza, caeríamos en la absurda situación de haber pasado gran parte de la vida envidiando a los adultos, para pasar el resto de ella envidiando a los niños.

Si ya creciste, descubrirás que no sólo encuentras placer en recibir sino que también te va a gusta dar. Primero lo experimentas en relación con tus hijos y, ahora, puedes llegar a sentirlo respecto de tus padres.

No olvides que ellos tenderán a sentir como una humillación la necesidad que tengan de ti, para evitarles ese sentimiento, demuéstreles que les brindas con gusto los cuidados que necesitan, y recuerda que cuanto más satisfecho estés con tus propias cosas, menos tenderas a sentirte "sacrificado" cuando te ocupes de tus padres o de tus propios hijos.

Si renuncias a la idea de ser un gigante, tal vez de pronto te des cuenta que tampoco eres enano: solo un hombre o una mujer capaz, capaz de aprender, crecer, disfrutar y, también, de dar a los otros.





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